… y cada día, durante esos momentos en que no te tengo, miro mis manos dibujando con suaves movimientos, formando caricias que no llegan a rozarte porque tu cuerpo no está a su alcance. Entonces... mis manos llueven, gimen y se detienen. Se reprimen por la impotencia de no llegar a sentirte.
Pero piensan... y me susurran al oído…
(… me dicen que te están aprendiendo de memoria…)
Y ellas esperan ansiosas el momento de la llegada de tus manos, de tu cara, de tu pelo, de tus brazos, de tus labios...
(… y esperan porque saben que lentamente vas llegando…)
En mis oídos ya llegó tu voz infinita, como un estampido de estrellas. A mi vida llegaste hace tiempo, con tu oscuridad que me ilumina y tu luz que me baña… y tu seria sonrisa.
Y si la distancia alguna vez nos declaró la guerra, qué bueno saber que quisimos vencerla. Porque ahora duermo en tus brazos, en ese parque soñado. Y las caricias se nos agotan (aunque nunca se cansan), y mis manos, mis oídos y mi alma ya no te extrañan…
Y hoy somos ese beso infinito, interminable y real, que los dos, hace rato que soñamos...
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