Después de la última resignación me fue casi imposible volver a escribir...
De la misma manera en que el suicida aprieta el gatillo, yo apreté el botón para ver cómo se iban por el inodoro mis metáforas, comparaciones, hipérboles, sinestesias, y todo la magia que mis letras despertaban…
Luego me enjuagué la boca para poder limpiar la herida que ese adjetivo me había hecho en las encías.
Dejé mi rabia en esa última oración: “debe ser el destino de la mayoría de los encuentros: el no volver a encontrarse”…
(...)
Años después, en un pasaje: tu nombre.
… y nuestro encuentro que se repite como excepción a la regla.
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